Maneras de leer

“Niño de 11 años gana el premio al mejor lector del mundo”. Esta noticia, que llamó mi atención, me desencantó cuando la noticia seguía diciendo que ‘su formato preferido son los audiolibros’. ¡Ah, bueno, pero así no vale!, me dije.

Pero hoy, dos años, mucha reflexión e información después, mi opinión se va modulando. Como de costumbre, nada es bueno ni malo, tan solo requiere un cambio de visión.

En realidad, las primeras historias se crearon para ser escuchadas, no leídas. Incluso hubo una época en que los creadores reclamaban la autoría, lo pronunciaban bien alto para que nadie olvidara a quién pertenecía la historia, una vez compartida, liberada, momento en el que el autor perdía su papel (el copyright todavía no se había contemplado). 

Incluso cuando un tiempo después empezaron a escribirlas, el ritmo de la prosa estaba hecha para ser leída en voz alta.

La lectura y el cerebro

El papel aportó intimidad a la lectura. Lo convirtió en un acto individual. Y desarrolló nuevas funcionalidades en nuestro cerebro: las neuronas que estaban creadas para descifrar caras y objetos, aprendieron a identificar símbolos nuevos y unirlos en palabras con sentido. Y aunque el ser humano lee desde hace unos 6.000 años, la capacidad de lectura de forma homogénea se desarrolló mucho más tarde. Por eso no tenemos un área específica de lectura en nuestro cerebro, sino que implicamos a diferentes zonas a la vez: activamos primero la corteza visual para identificar unos símbolos, que unas neurona descifran como letras, que son juntadas en otra zona creando palabras y finalmente, en otro conjunto de neuronas, le damos el sentido a la frase. Pero todavía quedará entender la frase y generar imágenes a partir de ella.

No tenemos un área del cerebro específica para la lectura, sino que implicamos diferentes zonas a la vez.

Como puedes imaginar, la lectura aumenta las sinapsis, generando estructuras nuevas. Un estudio comprobó que cuando un adulto analfabeto aprendía a leer, las modificaciones en su cerebro iban mucho más allá de la corteza prefrontal: el tálamo y el tronco del encéfalo, estructuras mucho más profundas, sufrían también cambios. Y esto, sólo en 6 meses.

¿Genera el mismo efecto escuchar un libro? Desde luego que no, en cuanto a foco y capacidad de retención, como revela este estudio.

Pero es no quiere decir que no se pueda activar, igualmente, la imaginación, la comprensión lectora o el aprendizaje. Además, podemos reforzarlo si aplicamos la escucha activa y el aprendizaje deliberado; si, a la vez que escuchamos el libro, nos hacemos esquemas o un mapa mental, para ir relacionando ideas y afianzando conceptos. De hecho, la técnica del mind mapping lo recomiendo incluso cuando se lee. Lógicamente, estoy hablando de libros de no ficción; las novelas, no tienen normas y se leen cuando, como y cuanto quiere cada uno.

LA ACTITUD LECTORA

Leer requiere una actitud activa por parte del lector; escuchar, es pasiva. La gran ventaja de los audiolibros, como puede ser hacer otras cosas mientras lo escuchamos, hace que podamos distraernos sin que nos demos cuenta, mientras el libro avanza.

Además, aunque podamos pausar el audiolibro, lo más probable es que no lo hagamos, distraídos en otros quehaceres; en cambio, en un libro sí paramos, releemos si hace falta o retrocedemos si nos hemos perdido (o nos quedamos dormidos el día anterior).

El libro puede que sea el último reducto de silencio, concentración y reflexión. Ese momento en el que “no puedes” hacer nada más. Ni quieres. Sólo sentarte y leer. Tal vez por eso me aferro tanto a ello. Lo reconozco. Tal vez es mi manera de parar y desconectar, en medio de la vorágine que nos ha reducido la capacidad de atención a 5 segundos. Cinco. Excesivamente poco. No sólo para leer, sino para escuchar, para disfrutar, para descansar, para reflexionar, para no pensar… Cinco segundos es demasiado poco para cualquier cosa realmente importante.

Puede que el libro sea el último reducto de silencio, concentración y reflexión.

Porque también para escuchar de forma activa necesitamos enfocar la atención. Los cuentos al amor de la lumbre (cómo me gustaba el título de ese recopilatorio de Antonio Rodríguez Almodóvar), se leían para ser escuchados tranquilamente, sin distracciones y en compañía. No era un acto individual, como es ahora, desde que los cascos permiten tener al narrador en exclusiva sólo para quien esté conectado a ellos. Una escucha, además, “multitasking“: pareciera que, como nos quedan algunos sentidos libres, debemos aprovecharlos, no sea que pequemos de ociosos. Nos sucede en esa conversación con alguien, a quien escuchamos con el móvil encima de la mesa; la conferencia online, que oímos mientras navegamos por internet; y con todos los formatos en audio, en pleno auge, porque podemos escucharlos mientras hacemos cualquier otra cosa.

Leer es una actitud, tanto si se mira como si se escucha; leer exige la entrega de atención. O, al menos, prestarla. Porque leer no es pasar la vista por las páginas, como tampoco es dejar que avance el audio. Leer es implicarse en la historia, los datos, la reflexión para hacerla propia, combinarla con ideas anteriores y seguir creciendo desde ahí.

Leer no es llegar a 52 libros al año, no es velocidad de lectura, no es una biblioteca llena de libros con el “check“. Leer es darle calidad al tiempo, es saber estirar un libro, ir más allá del contenido principal y descifrar todos los aprendizajes secundarios que pueden derivarse de lo que escribió el autor.

Leer exige la entrega de atención. O, al menos, prestarla.

UN LECTOR PARA CADA LECTURA

Leer es, en definitiva, dejarse llevar. Es disfrutar de ese momento tan único, tan de cada uno: ya que lo hemos individualizado tanto, aprovechemos las ventajas de esa intimidad para no tener que demostrar nada a nadie.

Hay quien desplaza la vista por las páginas, con la capacidad de disfrutar leyendo seguido, sin prisa pero sin pausa.

Existen las lecturas específicas de aprendizaje: ya sea la lectura de búsqueda de información, la que busca ese dato clave o la que busca sacar la idea básica de un texto.

En el otro extremo, prácticamente, está quien lee de forma secuencial, sin pausas, sin saltarse ni un párrafo, pero sin reflexión. O quien hace una lectura más exhaustiva, fijándose en los detalles, parándose ahí donde hay información sobre la que reflexionar.

Hay quien repite las palabras, como si las pronunciara, pero sin emitir sonido. La llamada lectura subvocal. Hay quien dice que esto impide la lectura rápida, porque reducimos la velocidad al ritmo del habla, que es menor. Pero también hay expertos que dicen que esto es un mito dado que, en realidad, todos subvocalizamos cuando leemos: es la única manera de poder comprender el texto.

Hay quien prefiere los audiolibros y a medida que escucha se hace mapas mentales que le ayudan a relacionar ideas. O incluso quien los escucha como complemento a un conocimiento que ya tiene, o sobre el que no necesita profundizar, lo que le permite dedicarle el tiempo de traslado al trabajo.

También los audiolibros resumidos contienen píldoras de aprendizaje que nos ofrecen, en una aplicación extrema de la Ley de Pareto, el 80% del contenido en un 20% del espacio. Y eso permite que algunos audio-lectores escuchen los resúmenes como complemento al libro escrito, para entender las ideas clave. Y otros se limiten a escucharlos, pero junto a otros 5 libros del mismo tema, ampliando así el ángulo y la visión.

Cada libro, cada momento, cada formato, cada lector, pide una manera de leer. Lo importante es reconocerlos, reconocerse y aprender a usarlos todos, para saber entender cada libro.

Feliz día del Libro y día de Sant Jordi. Para mí, el día más bonito del año 🙂