Dicen que si no quieres aprender, nadie podrá hacerlo por ti. Pero que si en cambio, estás motivado para aprender, nadie podrá pararte.
Pero además de la motivación, motor principal del aprendizaje, necesitas actitud y proactividad. Terminó la época en la que nos decían qué aprender, cómo hacerlo, cuándo y por qué.
Entramos de pleno en la era del aprendizaje y esto implica tomar las riendas: ya no somos sujetos pasivos aceptando un único camino. Sobretodo, porque ya no hay un sólo camino, sino que aparecen tantos caminos, atajos y senderos como personas hay. De hecho, deberíamos aprender a transitar por todo tipo de vías, porque si lo hacemos bien, deberemos caminar por cada uno de ellos, en diferentes tramos de nuestra carrera profesional.
El aprendizaje ya no es lineal y finito: ahora es infinito, circular y bastante líquido, por eso no puede guardarse en silos estancos, porque se escurre, inunda varios silos a la vez.
Toca, como decía, tomar las riendas para que seas tú quien decida tu camino de aprendizaje. Te toca dar un paso al frente y empezar a decidir por ti mismo qué aprendes, cómo y cuándo. Y ser muy consciente de cuando el aprendizaje suceda casi sin buscarlo, para que no se te escape, para que puedas incorporarlo como tal.
¿En qué consiste el aprendizaje activo?
Para mí, hay 4 aspectos en los que puedes (y deberías) elegir/decidir:
1. En decidir qué quieres aprender y definir tu propio plan de aprendizaje.
Ya no vale ir por inercia, por lo que parece que “hay que aprender”. Decide tú qué necesitas para llegar dónde quieres ir. Identifica qué sabes y qué te falta para una propuesta de valor realmente diferenciadora.
2. En la búsqueda de contenidos.
La red está llena de contenido valioso, pero hay que saber buscarlo y tener actitud para ponerse a ello. A menudo es más fácil comprar el pack entero de un curso. Pero a lo mejor ese curso en cuestión no te da todo lo que necesitas o te da de más. Es decir, puede que no cumpla el punto número1.
3. En la actitud que adoptamos mientras estamos aprendiendo.
Para aprender hace falta mucho más que escuchar. Debemos ayudar a nuestro cerebro a comprender y retener la información, para poderla usar posteriormente (y lo más rápidamente posible). Y para ello hace falta estar activos:
- tomar notas: a poder ser, en libreta, pues es más efectivo que a ordenador. Entre otras cosas porque a ordenador tendemos a transcribir lo que oímos, mientras que a mano elaboramos y relacionamos ideas a medida que escribimos, lo que nos ayuda a asentar mucho mejor el contenido.
- preguntar: lo que no entiendes, por supuesto. Pero también puedes ir más allá y hacer preguntas a partir del contenido, no sólo “del contenido”.
- comentar: compartir lo que aprendes con otros compañeros te ayuda a aprender mejor. Cuando explicas lo que sabes, te fuerzas a ordenar ideas y, además, te das cuenta de si realmente te lo sabes. Y, como dices Jim Kwik, “cuando enseñas, aprendes dos veces”.
- adoptar físicamente una postura activa: tu cuerpo comunica cómo te sientes. Tu postura no es la misma cuando estás triste que cuando estás contento, cuando algo te interesa que cuando te aburre. Igual que tu cuerpo expresa lo que le transmite el cerebro, haciendo el camino a la inversa podemos mandar mensaje a nuestro cerebro desde nuestro cuerpo. Así que adopta la postura de cuando estás motivado. Como dicen en inglés, “fake it ‘till you make it”.
“Aprender de forma deliberada es decirle al cerebro que eso es importante.”
4. En tomar consciencia de cuándo y qué aprendemos.
Hay muchos momentos de aprendizaje informal a lo largo del día. Según Charles Jenning, el creador del método 70:20:10, la formación formal (esa en la que estamos atendiendo un curso, una charla, un curso online), supone sólo el 10% de nuestro tiempo de aprendizaje.
Otros 20% lo obtenemos al interactuar con compañeros, recibir feedback…
Y el 70% cuando estamos haciendo nuestro trabajo, resolviendo problemas, avanzando en nuestro día a día.
Como vemos, somos conscientes de lo que aprendemos sólo durante el 10% del tiempo. Es decir, que los puntos 1, 2 y 3 aplican para un 10%. Pero hay otro 70% del tiempo en que seguimos aprendiendo y sin embargo, si no somos conscientes de ello, no podemos darles forma y retener del mismo modo.
Sobretodo, porque perdemos la capacidad de ser activos frente al aprendizaje. Difícilmente podremos relacionar ideas, ampliar información, practicar el “retrieval” (o repaso del contenido), si no sabemos que lo hemos aprendido.
¿Cómo tomamos consciencia?
Volviendo a la libreta para anotar aquello que nos ha parecido interesante después de una conversación: las notas que tomas los 3 minutos después de una reunión o conversación, son las más valiosas.
Analizando después de cada proyecto qué ha ido mal y qué podrías mejorar (autofeedback): analiza resultados, errores y cómo se podría mejorar la próxima vez. No sólo aprenderás a aplicar mejor tus conocimientos, sino que podrás identificar qué otros aprendizajes necesitas incorporar para no repetirlo.
Creando un diario de aprendizaje, que te fuerce a pensar todos los días qué has aprendido. Puede ser desde lo más (aparentemente) insignificante a los datos más relevantes. Todo cuenta, porque en el jarrón necesitamos piedras grandes pero también arena fina: unas crean la base pero la otra le da forma.
Lo importante es tomar consciencia de lo que aprendemos: para aprenderlo mejor, pero también para ser conscientes de lo que sabemos, el gran antídoto contra el síndrome del impostor.
Busca un formato que te sea fácil, para que el continente no frene el contenido. Lo importante es reflexionar sobre lo aprendido y exponerlo para incorporarlo con mayor solidez. Debe ser tu momento del día, de recapitulación de lo que has aprendido ese día. Y es sólo para ti (de momento).
¿Y tú, tomas las riendas de tu aprendizaje?
Si quieres saber cómo crear tu Diario de Aprendizaje, te puede interesar este podcast: Dale al Play 🙂