El término VUCA empieza a ser ya conocido por una amplia mayoría: ya sea porque sabemos lo que significa cada letra o, simplemente, porque lo estamos viviendo a diario, aunque no sepamos ponerle nombre. Si lo oyes por primera vez (me extrañaría) o si lo has oído por ahí pero aún no sabes qué significa exactamente, es el acrónimo de Volatile, Uncertain, Changeable, Ambiguous, por sus siglas en inglés.
Que el futuro es incierto, ya es la mayor certeza. Lo única constante es el cambio; hoy, más que nunca. Además, muchos de los cambios que estamos viviendo ya no son sólo incrementales -haciendo símil con la innovación-, sino disruptivos: la tecnología nos está llevando a lugares que no habíamos imaginado. Y no hablo del espacio, ni siquiera de poder volar en patinete, sino de lugares mentales y emocionales muy diferentes de aquellos a los que estábamos acostumbrados.
Nos dirigimos a un mundo nuevo casi sin movernos. La digitalización del mundo está cambiando nuestra manera de pensar, de actuar e interactuar.
Nos propone un entorno a veces tan alejado de la realidad, de lo tangible, de la persona, que irrumpe con fuerza el humanismo, la ética, la creatividad, la filosofía. La persona como centro.
CORRER, ¿HACIA DÓNDE?
Reconozcámoslo, todo lo que viene nos apasiona y asusta a partes iguales. Es increíble lo que podemos llegar a conseguir cuando la tecnología se usa para hacer crecer al ser humano. Pero al mismo tiempo da la sensación de que, si no vamos rápido, las máquinas nos adelantarán. Y puede que no sea sólo una sensación: el cambio va rápido, necesitamos adaptarnos a lo que requiere esta nueva revolución. Aunque a veces nos movemos como pollo sin cabeza, corriendo, corriendo, sin saber muy bien hacia dónde.
Porque no, no va de aprender a programar; aunque, sin necesidad de ser un desarrollador experto, sí conviene entender la lógica que hay detrás de cada desarrollo y saber cómo se estructura el lenguaje de programación. Ya sabes, aquello de “inglés, chino y html”, simplificándolo mucho.
Se trata de aprender a aprender rápido, porque no sabemos qué hará falta saber mañana, pero sí es seguro que no será lo que hace falta hoy.
Hay que correr hacia el desarrollo de la capacidad de adaptación a lo nuevo: a nuevos equipos, nuevos entornos, nueva manera de hacer las cosas.
Y esto implica saber desaprender: no para olvidarnos de lo que sabemos, sino para poderlo cuestionar, a la vez que aceptamos nuevas ideas sin juzgar, con la mente abierta. Eso, que parece tan fácil, cuesta incluso a jóvenes de menos de 20 años: en algunas de mis clases me miran con escepticismo cuando hablo de Realidad Aumentada o de las posibilidades de IoT. Se resisten, les parece frívolo, se imaginan un mundo que no les gusta; y eso les impide aceptar que ya está aquí.
Pero sólo podremos impedir ese futuro que a veces nos parece distópico si estamos abiertos a lo que puede venir, a lo que se está desarrollando. De nosotros depende impedir que el futuro sea como nos lo pintan.
Por tanto, hay que correr, sobretodo, para desarrollar más que nunca esas habilidades propias del ser humano, que se habían dejado de lado en las últimas décadas (en pos del almacenamiento de datos memorizándolos, como herramienta básica en la educación, ¡qué ironía!).
Hay que recuperar lo antes posible la creatividad, la empatía, la resiliencia… Aprender a intentarlo y, sobretodo, a trabajar colaborativamente. Y hay que correr porque esto no se consigue con tanta rapidez como memorizar para un examen. Lleva su tiempo, porque va de cambiar actitudes.
Así que cuando sientas que hay prisa por un cambio, para y piensa que el cambio más importante debe ser en el interior: el que debes hacer tú desde la actitud. Y, a partir de ahí, construir hacia fuera.
¿CÓMO MANEJARSE EN ESTE ENTORNO VOLÁTIL?
El enfoque básico para poder adaptarse a este entorno, tanto a nivel individual como empresarial, es tener raíces y alas: raíces para entender la base sobre la que se desarrolla el nuevo sistema, una base para conceptualizar con argumentos sólidos e hipótesis bien fundamentadas; alas para ser capaces de innovar.
En la base encontraríamos los valores, esos que conforman tu manera de ser. Los valores, cuando son sólidos, te sirven de guía en momentos convulsos. Son los que te mantienen de pie y, a la vez, te permiten soñar.
A partir de ahí, construimos la base también con los conocimientos básicos pero amplios sobre una materia. Es ese conocimiento que busca vencer la liquidez actual: una base de pensamiento, de coherencia y de capacidad de argumentación sobre un tema.
Y luego tendríamos la consciencia de uno mismo, esa capacidad de percibir el entorno, de empatizar. Ese elemento es básico para poder entender lo que sucede y, a la vez, ejercer un liderazgo efectivo, capaz de motivar y movilizar hacia un mismo objetivo.
Valores, conocimiento y consciencia serían la base sobre la que construir los elementos que nos permitirán aprender a caminar firme, por más tormentas que aparezcan.
El segundo elemento que es básico para moverse con comodidad en la incertidumbre es la capacidad de enfrentarse al error sin drama. Estamos demasiado educados para no fallar, para dar la respuesta correcta, para no hablar si no sabemos. Y, claro, cuando se nos pide que actuemos rápido, en un entorno nuevo y encima sin tener toda la información, colapsamos.
Por eso, es importante aprender a estar en situación de Beta permanente para atreverse a intentarlo. La mentalidad Beta te recuerda que no lo sabes todo, que estamos aprendiendo de forma continua. Todos. Siempre. Cuando entiendes esto, te quitas presión, porque asumes que no tienes por qué saberlo todo y que el aprendizaje es “longlife”. A partir de ahí, puedes aplicar lo que Carol Dweck llama la Mentalidad de Crecimiento, que es la que busca la mejora constante, consciente de que todos tenemos la capacidad de aprender y cambiar; una mentalidad que se contrapone a la mentalidad fija, que es aquella que se considera inalterable, incapaz de progresar. ¿Cómo se consigue la mentalidad de crecimiento? Sabiendo que se puede. Y yo aquí añado: sabiendo que el aprendizaje implica equivocarse.
Cuando aceptas el error como parte del aprendizaje, es cuando este sucede de verdad.
Cuando perdemos el miedo a fallar, nos atrevemos. Cuando no escondemos el fracaso, nos abrimos para analizarlo, para entender qué fue lo que no funcionó y cómo podría mejorarse; y nos atrevemos a enfrentar el análisis de forma colaborativa, en equipo, para aprender entre todos cómo hacerlo mejor.
El error se dará también con las decisiones tomadas: rápidas, con poca información, todas urgentes. Algunas veces tendrás claro qué hacer. Otras muchas, no tanto. Harán falta altas dosis de humildad, para aceptar lo que no se sabe.
De ahí la importancia de:
- trabajar en equipo: para que las decisiones sean colaborativas, donde cada uno aporta su visión, de modo que la decisión final está tomada teniendo en cuenta diferentes puntos de vista.
- fragmentar el proceso: la metodología Agile propone, precisamente, esto. Dividir un proyecto en unidades más pequeñas para ganar agilidad. Y eso implica también dividir las decisiones, elegir al cumplir cada partida, pero no al finalizar el proyecto completo. Esto también reduce el impacto de un posible error.
Por último, pero no menos importante, la capacidad de escucha. Estar atento al entorno permite identificar mejor las necesidades y anticipar el cambio. Tener curiosidad y escuchar para entender.
La capacidad de escucha, además, lleva implícita la capacidad de preguntar. Cada vez soy más consciente del poder de las preguntas, tanto para uno mismo como para el otro.
Preguntar te permite poner en orden lo que sabes para, a continuación, cuestionarlo. Al mismo tiempo, te lleva el conocimiento más allá, porque desgranas cada elemento del contenido que ya posees para poder extenderlo.
La capacidad de escucha es preguntar a quien piensa como tú y a quien piensa lo contrario. Es ser capaz de entender incluso cuando no compartes. Y de desaprender para incorporar nuevas visiones que te permitan empatizar con otros puntos de vista.
Escuchar no es esperar turno para hablar, sino obtener todas las visiones de alrededor para enriquecer la propia.
Escuchar requiere, en realidad, todos los sentidos. Y los necesitarás, para poder percibir hacia dónde se mueve la realidad, identificar tendencias y definir próximos pasos.
TOLERANCIA A LA INCERTIDUMBRE, EL NUEVO IQ
Dijo Kant que “La inteligencia de un individuo se mide por la capacidad de incertidumbre que es capaz de soportar”.
Así que en esta nueva era, en la que la incertidumbre será la constante y los datos los tendrán las máquinas, formémonos en tolerancia a lo desconocido, lo incierto, lo volátil. Construyamos cimientos sólidos que nos permitan experimentar. Aceptemos lo que no sabemos y mantengamos la motivación y curiosidad por aprender, desaprender y reaprender.
Perdamos el miedo a intentarlo, preparándonos así con las habilidades necesarias para ello.
Pero sobretodo, es básico entender que para hacer frente a la volatilidad exterior, hay que trabajar sin pausa en construir la solidez interior desde los valores y la consciencia de nuestro papel en el entorno. Es la mejor manera de sentirnos cómodos en la incertidumbre, de dejar de buscar soluciones fáciles que nos llevan a la polarización. El mundo es más complejo que nunca y nadie nos lo podrá simplificar. Vivimos de llenos en la era de los ‘problemas perversos’. El objetivo es aprender a manejarnos con paso más firme, venciendo miedos y aceptando la constancia del cambio desde el interior y la responsabilidad individual.
Porque de esto dependerá el éxito que tengamos como individuos, como empresas y como sociedad.